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Mostrando entradas de 2013

Ramos para Magnolia

Le caían de las manos gotas tibias y diminutas, sin cesar. La ropa, que había sido blanca, parecía ahora una amapola; el olor a hierro invadía la habitación. Llevaba en las manos ramos de espinas, como si espinas no fueran. Podría haber pensado que alucinaba, pero al ver aquellos ramos… parecían dos poemas. Se alargaban unos sesenta centímetros, con líneas tortuosas que trazaban piruetas de acróbatas en el aire, o rizos perfectos de sirenas. Los pinchos eran finos, no muy largos, parecían hechos de cristal de colores. Nunca en mi vida vi nada más hermoso. La mirada se perdía en ellos, no me extraña que Magnolia se enamorara y los cogiera así, entre las manos. Magnolia, que debió besarlos, tenía ya los labios del rojo oscuro que deja la sangre seca. Quedó como en otro mundo. Sus ojos vidriosos vagaban, sin mirar, por algún lugar lejano; sus mejillas, rosadas, parecían las de una niña lozana. Con los dos ramos de espinas en las manos, Magnolia caminaba. Y la ropa teñida de rojo, antes bl...

Invierno

En ocasiones tras una larga ausencia comprendes que necesitas de algo o de alguien. A mí me pasa con el invierno. La primavera y el otoño son las estaciones más hermosas, que según yo, deberían ser eternas. Pero en   verano con el calor angustiante donde parece que el sol intenta abrazarte con todas sus fuerzas, echas de menos el invierno tanto como a un ser querido. Ay, el invierno, dices, y te viene un suspiro recordándole. Ese invierno de colores grises, de hojas secas y crujientes desperdigadas por las calles. Invierno, con torres de nubes gigantes y tonos azules. El invierno es la estación donde el calor toma sus vacaciones, se ausenta y solo aparece cuando tomas baños de sol si tienes la suerte de pillar un día sin nubes. El invierno es como un viejo enamorado, lleno de romanticismo, en el que has de ir abrigado y caminando con cuidado por las calles húmedas, a veces empapadas por el rocío o la lluvia indecente que cae a cualquier hora. Vamos a soñar con el invierno par...

¿Te echarán de menos?

Recostados sobre la alfombra te esperan, seguro que te esperan. No sé si estarán ansiosos, pero parecen querer correr en tu búsqueda. Quieren caminar, irse corriendo, llegar hasta ti; pero no saben el camino, nadie se los dijo, nunca se los mostraste. Parecen desesperados, uno sonríe y el otro no; me recuerda que a veces la gente ríe por no llorar. Les digo que sean pacientes, aunque no cruzamos palabra, sé que me entienden. ¿Te echarán de menos, tanto como yo, los zapatos de ir por casa?

Dedos de agua tibia

Los dedos, fríos como cubos de hielo irreducible, caminan por tu piel, que se eriza pausadamente. Se deslizan con extrema suavidad y tu piel se torna más viva, más expresiva; los vellos se levantan como una legión de soldados y tú no te quejas. Extrañamente, no te quejas. Mis dedos, fríos como témpanos de hielo de un invierno adolescente, vuelven a recorrer tu cuerpo, mientras tus labios me piden un beso (o quizá no lo hacen, pero mi boca anhela besar los tuyos). Luego, con la mirada busco tu pupila, pero tras las ventanas cerradas de tus párpados se esconde el azul mar donde mis ojos naufragan. Te beso. Con los ojos entrecerrados, te beso y te acaricio ya con dedos de agua tibia.