Ir al contenido principal

Descansa en paz


Era de cuerpo frágil, de sonrisa valiente y una mirada, ¿Cómo describirla? Quizás llena de ternura. Su voz era una especie de música que se entremezclaba con silbidos de aves, su pelo era como rizos desbaratados y sus pasos eran desgarbados. Parecía no importarle nada, parecía disfrutar de la vida y arrancar con cada bocanada de aire una flor al viento. La fortuna no le sonrió, sin embargo fue afortunado, vivió como quiso vivir y murió tal vez como no quiso pero hizo creer que quería, no se si fue verdad, no lo se, no se cual fue la verdad, solo se que se fue. Su tez era de color miel, ya lo he descrito con esas pocas palabras, pero aunque me quedan muchas más, parece que se me gastan, parece que se me acaban, una rara sensación.

El era tan joven, tan frágil, tan el. Hace tiempo que no le veía, dada la lejanía y aun me cuesta creer que ya no este y que cuando quiera verle, al visitar aquel país vestido de tres colores, ya no le veré.

Llorar he llorado y me entristecí por el, por que no vera a los hijos que nunca tuvo, por que no amara a la mujer con la que nunca se caso, nunca será abuelo de los nietos que no tendrá. Sin embargo guardo su imagen de niño bueno, de niño frágil, con sonrisa valiente, su mirada tierna y su voz de música con cantos de aves, aquella cabellera adornada de rizos desbaratados, pero supongo que es inevitable sentirse triste.

La noche vino para el, los minutos se volvieron eternos de un momento a otro, el tiempo para el se detuvo, ya han pasado unos cuantos meses, pero eso nunca se olvida. El era mi primo y siempre quise protegerlo, ¿Pero y lo hice? ¿Cuántas palabras que quise que escuchara no escucho? No lo se, simplemente aprendí con ello que debo decir a todos, todo lo que quiera, en vida.

D. E. P. S.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Aranza

Era casi de noche y llovía. El aire frío cortaba la piel, y la lluvia, lejos de refrescarla, ardía como fuego helado. Aranza se sentía triste y agotada, perdida en preguntas sin respuestas. A lo lejos, entre la cortina de agua, se adivinaba la silueta borrosa de Mario. Caminaba con dificultad, sus zapatos agujereados chapoteaban en los pequeños riachuelos que corrían por la calle empinada. Recordó su infancia. En algún momento se sintió fuerte, pero ahora estaba desvalida. Quizá era el pensamiento de aquel hijo suyo y de Mario que nunca correría por la pequeña casa que hasta hace unas horas compartía con él. Mario corría tras ella. Escuchó su voz rasposa llamándola, pero no pensaba volver atrás. Llevaba dos maletas en las manos y un bolso marrón de cuero cruzado sobre el pecho. Su vientre estaba vacío. Le dolía, pero ese dolor era más débil que el de su alma. —No debes volver la vista atrás, Aranza, no debes —se dijo a sí misma, sabiendo que, si lo hacía, si lo veía una vez...

«Alea iacta est»

“Las cosas de las que uno  está completamente seguro  nunca son verdad. Ésa es la fatalidad de la fe  y la lección del romanticismo” Un poco de leche caliente y dos caramelos amargos de botica. La noche perfecta. Dos de la madrugada, después de un polvo de receta te ronda en la cabeza la imagen de la tía a la que querías follarte la mañana anterior y de pronto lo ves claro: era una locura.  Tenían razón los médicos. Te habías convertido en adicto a los caramelos diminutos que a veces te ponías debajo de la lengua para aliviar aquellas marejadas de dolor, que, se te antojaban, eran del alma. Los caramelos nunca fueron problema para ti, pero ahora los consumes a montones. A veces piensas que no los necesitas, pero gracias a ellos te despides de la carga pesada que es para ti la existencia.  De pronto ves en tu cabeza al ermitaño. Lo odias. Recuerdas aquel día de hace diez años, cuando caminabas por aquella calle de la ciudad sin nombre y lo viste por vez primera, ...

Margarita

Margarita estaba sentada frente a la estación. La mañana era fresca, y el olor intenso del bosque lo impregnaba todo. A lo lejos, las montañas parecían observarla desde lo alto con ojos verdes y oscuros. Un sonido se filtró desde uno de los vagones abandonados, pero no había nadie. Tal vez era el chillido de una rata malherida, pensó. Sabía que ningún tren llegaría a aquel andén en ruinas. Y, sin embargo, volvía cada mañana, como si la espera fuera su única razón de existir. Dicen que el amor muere, pero también que somos animales de costumbres. La muerte la alcanzaría algún día, pero hasta entonces, seguiría acudiendo a su cita. Sus ojeras delataban noches sin descanso. En su cabello rizado aún llevaba una peineta, como en los tiempos de antaño. Hacía apenas unos años, los trenes llegaban y partían sin cesar. Pero esos tiempos murieron, y con ellos, la esperanza de que Víctor regresara, tal como había prometido. La loca del pueblo, así la llamaban. A aquella mujer de cabel...