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El oyente

2012
Desde donde yo estaba podía oírlos. No pude evitarlo. No, no pude. Les escuché versar, conversar. Intentaba no hacerlo, pero era más fuerte que yo. Me lo ofrecían, y no podía negarme. Por momentos me centraba en otras cosas, porque aquel instante era mío, pero de repente parecía ser solo suyo… No podía negarme, de veras. Aquello era más fuerte que yo. No, no pude negarme. Yo, solo un espectador.

Eran dos. No podía verlos, pero lo sé cierto, lo sé por las voces. Primero se saludaron sonriendo, y el saludo se escapó de sus labios como una especie de ceremonia. Las voces comenzaron a danzar después. Poco a poco surgieron de sus gargantas como en el brotar de una fuente: agua nueva. Los dos murmullos se entrelazaban. Las voces parecían dotadas de una suave embriaguez. Sus vibraciones rozaban el mundo, solo lo rozaban. Se deslizaban entre los dos, no tocaban nada. Era como si se abriera un camino solo para ellos y las voces se encontraran así… ¿cómo podría definirse?, ¿sintonización?

La voz femenina parecía besarle. Podía imaginar sus ojos perdiéndose en los ojos de su interlocutor. Él le respondía de tal manera que parecían ser uno solo, salvo por los tonos de las voces. La de ella era suave, como un caramelo. La de él, un poco grave: un vino con burbujas. Él también la besaba. Pero he de decir que las lenguas no cesaron de agitarse, los labios no dejaron de moverse, no cesó el sonido ni un solo momento. Los escuchaba desde allí. No se besaron, pero se besaban. No se dedicaban palabras de amor, pero se hicieron el amor como solo puede hacerse en una sala de espera: con palabras y voces embriagadas.

Y yo, allí. Presenciándolo todo desde la habitación contigua, aunque sin presenciarlo. ¡Qué insolencia! “¡No lo hagas!”, me dije. Fue entonces que mis oídos se apartaron de sus voces. Dejé de escuchar por unos segundos, pero algo me respondió: “No les conoces.” Y luego: “Juro que es verdad, ellos me lo pidieron otra vez.” No podía negarme.

Escuché nuevamente las dos voces embriagadas. Voces enamoradas. Voces que se entrelazaban. Voces sincronizadas. No os contaré lo que dijeron, ¿para qué? Eran palabras irrelevantes, pero no podía dejar de escuchar el sonido embriagado de sus voces. Caramelo y vino con burbujas… sí, esos deben ser sus nombres. ¡Qué absurdo!

Callaron por un momento. No, no se besaron. Solo callaron, como si se miraran a los ojos. Como si llegara el culmen de su acto amoroso no carnal. ¿O sí se besaron? No, eso ya no lo sé. Podría jurar que sí, pero apuesto que no.

Ya era el final. Los oí decirse adiós, y tras eso, escuché su silencio. Fue como si me dijesen adiós a mí, como si me dejaran libre. Y aun así, pude escuchar el caminar de las hormigas por sus pies.

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